lunes, 26 de mayo de 2008

PRESENTACIÓN DE "EL TELÉMACO. EL ÚLTIMO VIAJE EN LA FERIA DEL LIBRO"

Minutos antes de la presentación. De izquierda a derecha:
Manuel Mora, Ángel Luis Fumero, Ángel Suárez y Beatriz Suárez.




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DE LA EMIGRACIÓN CANARIA



Otra presentación de El Telémaco, de Ángel Suárez. Esta vez en el Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife, dentro de las actividades de la Feria del Libro, la tarde del domingo, 25 de mayo de 2008.

Asistió un grupo de personas interesadas por la emigración canaria a América. El presentador fue Angel Luis Fumero Fumero, yerno del autor, quien nos ofreció un recorrido por la obra que, a continuación, completó Ángel Suárez, ofreciendo una amplia panorámica de su obra.

A mí me tocó abrir el acto, en nombre de la editorial. Aquí están mis palabras:

"Buenas tardes.
Permítanme, en primer lugar, que dedique unos momentos a la memoria de una de las personas que más han influido en mi vida, durante los últimos años. Se trata del hijo de un emigrante tinerfeño en Puerto Rico, llamado don Porfirio Toledo Toledo, que acaba se ser enterrado hace menos de veinticuatro horas en Arecibo, el pueblo que le vio nacer.
No conozco a nadie que haya hecho tanto por relacionar a los canarios de uno y otro lado del atlántico como don Porfirio, quien a sus 85 años continuaba con una actividad frenética que, entre otras cosas, comprendía traer a Canarias a cientos de personas, buscando sus raíces culturales.
Si alguien ha merecido el título de Padre de la Canariedad en América ha sido don Porfirio Toledo, muy conocido en su país por su corazón bondadoso.
Vaya este recuerdo para él, pequeño homenaje póstumo desde aquí, desde esta tierra que tanto amó.



En cuanto al libro que estamos presentando, debo decirles que para mí ha sido gratificante participar en otra publicación sobre la emigración canaria. Sin buscarlo de una manera consciente, en los últimos años, Globo ha ido acumulando títulos en libros y en documentales sobre el éxodo de los canarios hacia diversos puntos de América: Cuba, Argentina, Venezuela, Uruguay, República Dominicana, Luisiana Puerto Rico y, en breves fechas, Texas.
Naturalmente, esto no es casual. Por un lado, esa emigración es una carga poderosa en el subconsciente del pueblo canario y, por otro, la emigración canaria continúa viva, como demuestra la existencia de un Viceconsejero de Emigración en nuestras instituciones. De manera que lo normal es que esta experiencia quede reflejada en las películas y en los libros que, a fin de cuentas, constituyen la memoria de nuestro pueblo, de cualquier pueblo. Evidentemente, cualquier trabajo sobre la travesía del Telémaco no podía quedar al margen.
No quiero caer en la retórica fácil de referirme al hecho de que hablar o escribir sobre la emigración nos permite entender mejor la inmigración que llega hoy a Canarias. Eso ya ha sido dicho hasta la saciedad e incidir en lo mismo, una vez y otra, lleva más al hastío que a la concienciación, como sucede en la repetición insistente de una misma imagen en los diarios y telediarios.
Desde muchas instancias. el fenómeno inmigratorio se nos quiere presentar como el anverso de la emigración. Dos caras de la misma moneda. Unos salen y otros entran. Inmigración frente a emigración.
En mi opinión, eso es una imagen falsa. Emigración e inmigración es la misma cara de la misma moneda. Quiero decirles por qué lo veo de esta manera.
Primero se nos propuso y después se nos impuso un mundo globalizado. Pero no se quiere que lo globalicemos todo. Solamente, algunas cosas como las marcas de ropa, las marcas de bebidas, las marcas de gasolineras o la marca de la gendarmería mundial. Porque si fuera todo globalizado, resultaría que las migraciones canaria y senegalesa, pongamos por caso, se hallarían en el mismo plano. Vistas globalmente, nadie puede negar que ambas abandonan un territorio para buscar mejoras en otro territorio, como viene sucediendo desde que empezó la vida en este planeta. Porque las migraciones forman parte tanto de la historia social como de la historia natural. Claro, nosotros sabemos que las migraciones sociales tienen muchas veces un componente añadido. Los migrantes viven de manera miserable y se trasladan de manera peligrosa.
¿Entonces, cuál es la otra cara de la moneda, el reverso que hace posible el anverso de las migraciones socialmente miserable?
La otra cara de la moneda es la mala distribución de la riqueza, sobre todo del acceso a los alimentos. No entendí cabalmente lo que significaba la expoliación de los países pobres por parte de los países ricos hasta que no visité un restaurante buffet "normal" de los Estados Unidos de América. Entré invitado por algunos dirigentes del Partido Demócrata: se trataba de un grupo de personas sensibles al dolor ajeno y luchadoras por los derechos humanos Quisieron llevarme a un sitio modesto donde ellos comían los días de trabajo, en una ciudad de tamaño medio. Realmente, el precio era moderado, porque cada comensal pagaba unos siete dólares, todo incluido. La clientela estaba formada por profesores, funcionarios y otros trabajadores de ingresos medios.
El restaurante estaba convenientemente climatizado y las mesas se disponían alrededor de unos inmensos expositores abarrotados de comida. No menos de diez tipos de sopa, ensaladas dignas de un banquete romano, pescado y mariscos de todas las formas y colores, carne de res, de buey, de búfalo, de cochino, de jabalí, de avestruz y hasta de caimán, cocinadas de todas las maneras. Pastas para qué les digo. Allí había sorbetes de no sé cuantos sabores, frutas de oriente y de occidente, del norte y del sur. Tartas a tutiplé y sobre los postres podrían ser escritas unas décimas más largas que las del Telémaco. También había bebidas sin alcohol, té y café que uno podía servirse a discreción. Hasta aquí, todo bien.




Me fijé en que los platos de los comensales estaban colmados. Que cada cliente llenaba las grandes mesas con todos los platos que le cabían en ella. Y que, a continuación, los comensales más primarios se entregaban a una ceremonia de tragar con más o menos educado desenfreno todas aquellas sustancias orgánicas hasta que sus estómagos inmensos, ejercitados en la repetición diaria de aquella ceremonia carpántica, no admitían ni un spaghetti más. Otras personas, como mis acompañantes, se cuidaban comiendo lo imprescindible, aunque la cantidad de platos que llevaron a nuestra mesa era la misma. Hasta aquí, todo casi bien.
A continuación, aquella gente levantaba sus mastodónticas o sus esmirriadas posaderas y marchaban a sus destinos. Atrás, en las mesas de los tragones y en las de los estoicos, quedaban los platos rebosantes aún de comida. Mesa tras mesa, pude ver que el espectáculo se repetía. Con los alimentos que restaban podrían haber comido muy bien cientos de personas. Nunca en mi vida había visto un espectáculo tan bochornoso.
Sin embargo, la buena gente que me acompañaba no lo veía. No veía que aquel desperdicio descomunal era la otra cara de la moneda de los inmigrantes o espaldas mojadas que arriesgaban su vida cada día para cruzar Río Grande, porque la riqueza, la comida de sus respectivos países, es decir, la comida que ellos debían haber tenido en el Centro y en el Sur de América, iba a parar a los cubos de la basura en los Estados Unidos.
Y hablo de este restaurante estadounidense ya que, seguramente, por la fuerza de la costumbre, soy incapaz de advertir que aquí estamos haciendo lo mismo en muchas cosas. Y este asunto viene a cuento porque creo que les he estado hablando del Telémaco, es decir, de la otra cara del Telémaco. Del reverso de derroches necesario para que haya un anverso de miserias.
Soy consciente de que entre las dos caras de una moneda siempre hay algo más, de que las cosas no son únicamente blancas o negras, sino con muchos matices, de que hay sociedades que encuentran maneras dignas de progresar. Ciertamente, entre el anverso y el reverso uno puede encontrar hermosos tonos pasteles para acolchonar nuestra inquietud por causas de las migraciones. Uno intenta acolchonarse con todo eso usando la escala de grises, pero cuando uno también ha visto despilfarrar tanta comida y cuando uno mira las caras de hambre en las fotos del libro del Telémaco o en el muelle de Los Cristianos, no puede menos que indignarse y tratar de dar respuesta a alguna que otra pregunta.
Gracias, Ángel Suárez, por este regalo que viene a rearmarnos la memoria y la conciencia.
Como Cristóbal, tu padre, has mantenido con firmeza el timón de un Telémaco efímero, con velas impulsadas por los recuerdos y las voces de sus pasajeros, para traérnoslo de vuelta a casa, cargado de alegorías y de reflexiones. Gracias por el tiempo que has dedicado a una tarea tan noble. Gracias por haber tenido la paciencia de esperar hasta que el libro ha podido ver la luz. Muchas gracias a todos."

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