domingo, 12 de diciembre de 2010

Arabella Steinbacher, la pasión y el polvo



A mediados del mes pasado, asistí a un concierto en el que intervenía la violinista alemana Arabella Steinbacher, con la OST, dirigida por Rossen Milanov. A decir verdad, empecé a decepcionarme desde los primeros compases y, al finalizar el movimiento inicial, ya estaba pensando en cómo escabullirme antes del descanso para salvar lo que me restaba de noche. Sin embargo, sucedió algo inesperado.

Cuando estaba en el segundo movimiento, la Steinbacher salió del escenario, porque se le había introducido una mota de polvo en el ojo. La muchacha se encontraba incómoda y marchó a su camerino para tratar de solucionar este percance inoportuno.

Regresó a los pocos minutos. El público la acogió con un caluroso aplauso. Entonces se produjo la metamorfosis. La violinista, bien fuese por ofrecer una compensación por su breve ausencia o bien por agradecer la gentileza de la audiencia, cambió su vergonzoso pasotismo anterior por una interpretación tan virtuosa como apasionada. Fueron quince minutos en que me encontré sumido en un éxtasis completo. Mientras sentía cómo se me erizaba el cabello, tomaba clara conciencia del poder de la música y de lo felices que podemos ser los seres humanos en algunas ocasiones, si alguien se propone que lo seamos.

A pesar de contar con partituras de Kodály, Prokofief y Bartók, no vale la pena comentar nada más sobre el resto de un concierto que transcurrió de manera tediosa; excepto ese paréntesis fantástico, desencadenado por una mota de polvo que volaba por el escenario, preguntándose quizás por el sentido de su propia existencia. A ella quiero expresarle toda mi gratitud. Bendita sea.


viernes, 11 de junio de 2010

El velero Peking: una joya en Nueva York