sábado, 31 de marzo de 2007

LOS ISLEÑOS, LOS ACADIANOS Y LA IDENTIDAD CANARIA EN LUISIANA

Una propuesta para que la UNESCO declare Patrimonio Intangible de la Humanidad a los isleños de Luisiana

VISITE LA WEB OFICIAL
DE LA EMIGRACIÓN CANARIA






DENIS DELANY
Primavera de 2005. Denis Delany está a un lado del poyo, con sus paneles abarrotados de fotografías antiguas y yo en el otro, con la cámara en la mano, pensando por qué tantas veces termino entrevistándome con la gente en una cocina. En el exterior cae un diluvio. Nos encontramos en un lugar cercano a Nueva Orleáns. Todavía no ha llegado el huracán Katrina, pero no falta demasiado para que enseñe sus afilados vientos.
Denis es un técnico que participa en el programa espacial del gobierno americano. Tuvo que recorrer muchos kilómetros para traerme sus paneles y sus árboles genealógicos. Hace algunos años, se entusiasmó con la genealogía, cuando descubrió que era descendiente de canarios.
Tenacidad, sensibilidad y trabajo metódico lo han convertido en un auténtico experto, solicitado por mucha gente. Entre sus manos, las fotos --parecen cobrar vida. A poca distancia de nosotros, los tahúres reparten cartas en los casinos flotantes del río Misisipi. En lugar de naipes, Denis baraja datos. Cientos de datos que me fascinan y marean como un laberinto de espejos que reflejan otros espejos que reflejan… Fotos, apellidos, historias, memorias, espejos devolviendo la identidad incesantemente, fragmento a fragmento.

DESDE EL REALEJO ALTO AL BAYOU LAFOURCHE
Sus fotografías son insólitas. Contemplo la imagen de una señora isleña, nacida en 1820, cuya mirada llega a perturbarme. Su dedo se posa en la foto de un soldado, también isleño, nacido en 1825, que participó en la Guerra Civil Americana: exhibe una pistola en una mano y un puñal en la otra, con cara de querubín bigotudo.
Delany habla como una ametralladora. Refiere informaciones de primera mano, bebidas de fuentes aún inéditas en la escasa bibliografía que existe sobre los isleños de Luisiana. Todo se revela interesante e inesperado; me cuesta creer mi suerte al encontrarlo. Uno de los resultados inmediatos de esta conversación es despertar en mí un interés considerable por los acadianos. El chaparrón de palabras que Denis despliega en la cocina, arrecia junto con la lluvia en el exterior:

“Hubo un tiempo cuando aquí se pensaba que la gente de las Islas Canarias era basura, pero esto no es cierto. Lo puedes ver cuando viajas por el Bayou Lafourche o, incluso, por San Bernardo, o si vas al Oeste, a Lafayette y a todos esos pequeños pueblos, los cuales se pensaba que eran estrictamente acadianos. Lo notas en su aspecto. Cuando miras las fotografías, cuando ves sus fisonomías, comprendes que son isleños canarios.
Como la mayoría de la gente en Louisiana, yo no sabía que el nombre de mi madre era Curbelo. Porque se escribía y se deletreaba Carbo como los nombres italianos. Así: C a r b o. Y no tenia ni idea de que yo pudiese tener origen canario. Mi madre tampoco lo sabía. Creo que quizás su bisabuelo sí estaba al tanto, porque todos ellos hablaban español igual que francés e inglés.
Mira esta foto. Este Carbo fue primo hermano de mi tatarabuelo. Su nombre era Francisco Carbo y su esposa, María Rodríguez. Estos eran sus hijos y los otros, sus nietos. Para poder componer todas estas fotos así, he necesitado mucho tiempo.
Walter Carbo me ayudó a encontrar a toda esta gente, porque él todavía los conocía a todos. Y si te fijas en la historia de Walter, resulta que él también es acadiano, pero, sobre todo, es canario, isleño. Y estaba orgulloso de serlo. La mayoría de la gente isleña está orgullosa de su procedencia. Los Carbo o Curbelo eran de San Juan de la Rambla y del Realejo Alto.”
Mientras observo a Denis, un hombre cuya edad debe andar por los cincuenta años, advierto que tiene cara de angelito como el soldado de la foto, y me da por pensar que, quizás, este parecido obedece a que ambos están convencidos de que con su oficio facilitan a la gente el camino hacia la eternidad. Entonces, decido acercarme más adelante a su ciudad, a seguir las huellas de esos espejos, a buscar la relación entre canarios y acadianos, a continuar mi iniciación en uno de los capítulos más asombrosos y desconocidos de la historia de los canarios en América.
Hoy, ese viaje también pertenece al pasado. Varios meses más tarde, volví a una Luisiana aplastada por el Katrina y me interné solitario por los espejos que Denis había descrito. Seguí el río Misisipi, sus puentes imposibles y sus canales, serpenteé por el Bayou Lafourche, pasé mis dedos por los nombres desgastados de multitud de tumbas nuevas y viejas en multitud de lugares: Acosta, Mesa, Mendoza, Rodríguez, Alemán, Morales, Carbo, Medina o Medine… Era consciente de que cada paso mío estaba cruzándose con una huella de los canarios o de sus innumerables descendientes en esta parte de América. Casi llegué a olvidar que la verdadera razón de mi presencia en aquellos lugares sólo obedecía a la realización de una serie documental y a un libro sobre nuestros primos hermanos al norte del Golfo de México. A medida que me internaba en aquel Sur profundo, húmedo y medio desplomado, iba convenciéndome más y más sobre la mezcolanza racial de los canarios en Luisiana, incluido San Bernardo Parish; pero, y he aquí lo insólito del asunto, aun en lugares tan apartados como Napoleonville, las muestras de lo canario continúan palpitando para quien desee encontrarse con ellas.

UN PUCHERO DE RAZAS E IDIOMAS
Conocidos como los Isleños, los habitantes de los asentamientos canarios en Luisiana son los descendientes de algo más de dos mil canarios que fueron trasladados a esa región por Carlos III, entre 1778 y 1784. Allí se dedicaron a la agricultura y, aunque permanecieron en las mismas tierras cuando los Estados Unidos las anexaron, una parte de ellos se aisló lo suficiente como para continuar hablando el mismo dialecto canario del siglo XVIII que llevaron sus antepasados. Exceptuando a Deliana Marante, una joven ingeniera, hija de inmigrantes palmeros en Venezuela, que ahora vive en Plaqueminth Parish, no creo que haya otro residente isleño en esa zona cuyos antepasados llegaran a Luisiana después del siglo XVIII.
Es decir, los canarios tenemos en el Sur de los Estados Unidos una reserva lingüística de hace más de dos centurias y bastan algunas horas de avión para que uno se sienta transportado por la máquina del tiempo y sostenga una conversación con las mismas palabras que pronunciaban los abuelos de nuestros bisabuelos. Un tesoro inconmensurable que ahora mismo corre peligro inminente de desaparecer.
Cuando España abandonó Luisiana y Florida Occidental, a principios del siglo XIX, el contacto con los colonos canarios sólo se mantuvo desde la ciudad de Cienfuegos, en Cuba. Con posterioridad, estos vínculos también se perdieron paulatinamente y los descendientes de canarios llegaron a olvidar de dónde procedían sus ancestros. Hace unos treinta años, de la mano del profesor Frank Fernández, los isleños redescubrieron su procedencia canaria y han intentado revalorizar su herencia cultural, siguiendo el camino trazado por la comunidad acadiana, unos años antes.
Sin estudiar la comunidad acadiana o cayún, es difícil que pueda entenderse la colectividad isleña de Luisiana. A pesar de los magníficos estudios del profesor Din –tan citados como poco leídos en Canarias y tan leídos como poco citados en Luisiana-–, todavía está por realizar una amplia investigación sobre las intensas y complejas relaciones entre las comunidades isleña y acadiana.

VISITE LA WEB OFICIAL
DE LA EMIGRACIÓN CANARIA