sábado, 4 de junio de 2011

miércoles, 11 de mayo de 2011

¡Leed, malditos!

Nos estamos empeñando en un sinsentido: obligar a los estudiantes a obtener placer de la lectura. Sin embargo, si no es en el ejercicio del masoquismo, las personas no suelen obtener placer por decreto. Obedecerán, pero ¿disfrutar? ¡Ni por asomo! La desbandada juvenil desde la literatura hacia la televisión y los videojuegos tiene mucho que ver con esa obligación a la lectura. En lugar de acercar los libros a los niños y a los jóvenes, como tesoros por descubrir, estamos empeñados en administrárselos a la fuerza. Ese comportamiento es la mejor garantía para que odien los libros durante el resto de su vida.

No soy el único que piensa esto. La obra Como una novela, del escritor francés Daniel Pennac, comienza así:

“El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”…

Claro que siempre se puede intentar. Adelante: “¡Ámame!” “¡Sueña!” “¡Lee!” “¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!”

–¡Sube a tu cuarto y lee!

¿Resultado?

Ninguno.

Se ha dormido sobre el libro. La ventana, de repente, se le ha antojado inmensamente abierta sobre algo deseable. Y es por ahí por donde ha huido para escapar del libro. Pero es un sueño vigilante: el libro sigue abierto delante de él. Por poco que abramos la puerta de su habitación le encontraremos sentado ante su mesa, formalmente ocupado en leer. Aunque hayamos subido a hurtadillas, desde la superficie de su sueño nos habrá oído llegar.

–¿Qué, te gusta?

No nos dirá que no, sería un delito de lesa majestad. El libro es sagrado, ¿cómo es posible que a uno no le guste leer?”[1]

No hace falta decir que continuamos en un sistema de enseñanza autoritario, por mucho que se disfrace de colorines, de juegos y de pizarras digitales. Los planes de estudio más progresistas (que sí han existido, al menos, en los Boletines Oficiales) quedan en letra muerta desde que son puestos en marcha, porque las cúpulas de la autoridad educativa continúan inamovibles, en la edad de las cavernas: directores generales, consejeros e inspectores, salvo honrosas excepciones, suelen pertenecer a esa pesada rémora que lastra penosamente nuestras instituciones educativas e impide el desarrollo adecuado de las nuevas generaciones de profesores. Y, como en el gallinero, las aves que están posadas en los palos más altos van dejando caer sus inmundicias sobre las que se encuentran debajo. Así, hasta llegar a los estudiantes que son los que reciben la parte más nefasta de esta lluvia de tics heredados de la peor pedagogía (que, por cierto, es la que se ocupa más de la propia pedagogía que de los alumnos). Cito el quinto capítulo completo de la obra de Pennac:

“¡Qué buenos pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!”

[1] Daniel Pennac: Como una novela. Editorial Anagrama. Madrid. 1993. PÁG. 11.

viernes, 29 de abril de 2011

Nuestro Ruiz de Padrón

Ya está en la red el tomo 1 de la novela NUESTRO RUIZ DE PADRÓN
A principios de mayo, llegarán a las principales librerías los libros en formato de papel y encuedernación en tapa dura.





Haz click Leer artículo crítico sobre La isla transparente, primera novela histórica sobre Ruiz de Padrón

En mayo aparecerá la edición en papel. Ya está disponible en ebook

Click para descargar e-book "La isla transparente"

LA ISLA TRANSPARENTE, en formato e-book

PRESENTACIONES de la novela LA ISLA TRANSPARENTE: hacer click para ver lugares y fechas


domingo, 27 de marzo de 2011

Oda a Fukushima


Kamikazes japoneses.

Kamikazes japoneses.



En el planeta,

todos estamos encantados con las sonrisas de los japoneses,

tan ordenados y tan mansos, tan tranquilos y tan crédulos,

¡tan buenos ciudadanos mientras la radiación nuclear les va cercando por tierra, mar y aire!

¡Qué sana envidia nos producen!

.
Ya quisiéramos nosotros, todos,

sentir cómo se queman nuestros estómagos y nuestras lenguas

sin perder la sonrisa.

Ya quisiéramos nosotros, todos,

amar a nuestros reyes y presidentes cuando nos recomienden sufrir

sin quejarnos.

Ya quisiéramos nosotros, todos,

enfrentarnos a nuestros apocalipsis futuros con esa entereza de espíritu

sin una sola lágrima.

.
¡Gloria a los gozosos kamikazes

cuyas sonrisas cadavéricas aparecen entre los hierros del avión estrellado!

¡Vivan los que se pliegan a su destino

y no huyen como conejos ante los dientes afilados del plutonio!

¡Tres hurras a las madres que alimentan a sus bebés con leche contaminada

seguras de que su divino emperador les salvará!

.
Ave, Fukushima,

los que van a morir te saludan relajados.

.
Señoras, señores, les esperamos en la próxima edición de nuestro telediario.

Buenas noches.

Oda a Fukushima


Kamikazes japoneses.

Kamikazes japoneses.

En el planeta,

todos estamos encantados con las sonrisas de los japoneses,

tan ordenados y tan mansos, tan tranquilos y tan crédulos,

¡tan buenos ciudadanos mientras la radiación nuclear les va cercando por tierra, mar y aire!

¡Qué sana envidia nos producen!

.
Ya quisiéramos nosotros, todos,

sentir cómo se queman nuestros estómagos y nuestras lenguas

sin perder la sonrisa.

Ya quisiéramos nosotros, todos,

amar a nuestros reyes y presidentes cuando nos recomienden sufrir

sin quejarnos.

Ya quisiéramos nosotros, todos,

enfrentarnos a nuestros apocalipsis futuros con esa entereza de espíritu

sin una sola lágrima.

.
¡Gloria a los gozosos kamikazes

cuyas sonrisas cadavéricas aparecen entre los hierros del avión estrellado!

¡Vivan los que se pliegan a su destino

y no huyen como conejos ante los dientes afilados del plutonio!

¡Tres hurras a las madres que alimentan a sus bebés con leche contaminada

seguras de que su divino emperador les salvará!

.
Ave, Fukushima,

los que van a morir te saludan relajados.

.
Señoras, señores, les esperamos en la próxima edición de nuestro telediario.

Buenas noches.

sábado, 12 de febrero de 2011

El rufianesco refranero español





El refranero español es un excelente manual para aprender a ser un canalla. Por cada refrán que induce a ser buena persona, hay muchos que aconsejan desconfiar de cualquier prójimo e, incluso, tratar a los seres humanos como si fuesen basura.

No cabe duda de que el conjunto de refranes tiene un autor, el pueblo español, que no por ser colectivo es menos responsable del contenido de su obra. Un lector que históricamente presume de aplicarlos: el mismo pueblo español, a quien siempre he escuchado aplaudir la presunta sabiduría de esa gran serie de sentencias. Un repertorio demasiado largo para ser grabado a fuego en dos tablas, pero con tantos aires preceptivos e inflexibles como los mandamientos recogidos dos veces en el monte Jabal Musa por Moisés.

Cuando empezamos a ponernos orgullosos de la raza o de la buena filosofía de nuestros pueblos, no está de más subir unos cuantos escalones y observar el suelo que estamos pisando, con el fin de bajarnos los humos. Es cierto que con la llamada crisis los ánimos se han apagado y ya no vemos a tantas señoritas y caballeritos en los medios de comunicación sacando pecho carpetovetónico con las cualidades españolas. Sin embargo, nunca faltan ocasiones para presumir –por ejemplo, cuando alguien logra ganar algún trofeo con infantiles juegos de pelotas– de nuestras grandezas éticas y genéticas. En esos momentos, precisamente, deberíamos buscarnos la debilidades, lo cual es un excelente ejercicio para no caer en la fanfarronería.

Supongo que los países pueden ser analizados por diversos factores, como su gastronomía, su economía, sus edificaciones, etc., cada uno referido a su propia parcela. No parece adecuado juzgar a los arquitectos franceses por el sabor del paté de hígado de oca ni a los escritores alemanes por la calidad de los cilindros de un coche mercedes. Así que tampoco pretendo analizar la pintura española a través del refranero, como fuese el hijo de un galerista escribiendo una tesis de sociología. Sin embargo, estoy convencido de que la moral de los habitantes sí se refleja en sus refranes y, a decir verdad, al menos en lo que a España respecta, no parece que aquélla haya poseido, en el pasado, una calidad muy alta.

¿Vemos algunos ejemplos? Si los analizamos en orden alfabético, no hace falta salir de la “A”, ni aun agotarla, para percatarse de la cantidad de buenos consejos para gente bellaca que contiene el refranero hispano:

A asno lerdo, arriero loco.

A balazos de plata y bombas de oro, rindió la plaza el moro.

A barba muerta, obligación cubierta.

A bestia comedora, piedras en la cebada.

A bicho que no reconozcas, no le pises la cola.

A cada cerdo le llega su San Martín.

A cada cual dé Dios el frío como ande vestido.

A cada santo le llega su día.

A cada uno Dios da el castigo que merece.

A cada uno mate su ventura, o Dios que le hizo.

A calza corta, agujeta larga.

A can que lame ceniza, no le debes confiar la harina.

A candil muerto, todo es prieto.

A carne de lobo, diente de perro.

A carnero castrado, no le tientes el rabo.

A cartas, cartas y a palabras, palabras.

A cuarto vale la vaca, y si no hay cuarto, no hay vaca.

A “creíque” y “penseque” los ahorcaron en Madrid.

A cuentas viejas, barajas nuevas.

A chica cama, échate en medio.

A la mesa y a la cama, sólo se llama una vez.

A medida del santo son las cortinas.

A mi amigo quiero, por lo que de él espero.

A mi prójimo quiero, pero a mí el primero.

A rey muerto, rey puesto.

A río revuelto, ganancia de pescadores.

A quien Dios no le dio hijos, el diablo le dio sobrinos.

Al que no le guste, que se rasque.

Al que no quiere caldo, tres tazas.

Al que no sabe de vacas, la boñiga lo embiste.

Al que quiera saber, mentiras a él.

Al viejo y al olivar, lo que se les pueda sacar.

Al villano, dale el pie y se tomará la mano.

Amanecerá y veremos, dijo un ciego, y amaneció y no vio.

Amar y no ser amado es tiempo mal empleado.

Supongo (fervientemente lo supongo) que a pocos lectores les parecerá normal orientar su vida apoyándose las sentencias anteriores. Imagino que casi todos pensamos que existe una aterradora falta de ética en estas frases que, por fortuna, ya van siendo relegadas a una docena de libros casposos y a otras tantas páginas de internet. Poco a poco, van desapareciendo de las charlas habituales y, al menos así lo deseo, del pensamiento habitual.

Esta sabiduría de la mala leche viene de viejo. Era la que imbuía la cotidianeidad de otras épocas y personas que no fueron mejores que las actuales, sino más canallas, mucho más. Ciertamente, no había tanto que robar ni tantos ciudadanos con capacidad de hacerlo como en la actualidad; pero, en su pequeña escala para rapiñar bienes de cualquier clase, nos superaban con creces, en todos los peldaños de la escala social.

No lo duden. Como prueba, me remito al refranero, a sus desconfianzas, a sus escepticismos, a su malicias y a sus egocentrismos.