En el planeta,
todos estamos encantados con las sonrisas de los japoneses,
tan ordenados y tan mansos, tan tranquilos y tan crédulos,
¡tan buenos ciudadanos mientras la radiación nuclear les va cercando por tierra, mar y aire!
¡Qué sana envidia nos producen!
.
Ya quisiéramos nosotros, todos,
sentir cómo se queman nuestros estómagos y nuestras lenguas
sin perder la sonrisa.
Ya quisiéramos nosotros, todos,
amar a nuestros reyes y presidentes cuando nos recomienden sufrir
sin quejarnos.
Ya quisiéramos nosotros, todos,
enfrentarnos a nuestros apocalipsis futuros con esa entereza de espíritu
sin una sola lágrima.
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¡Gloria a los gozosos kamikazes
cuyas sonrisas cadavéricas aparecen entre los hierros del avión estrellado!
¡Vivan los que se pliegan a su destino
y no huyen como conejos ante los dientes afilados del plutonio!
¡Tres hurras a las madres que alimentan a sus bebés con leche contaminada
seguras de que su divino emperador les salvará!
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Ave, Fukushima,
los que van a morir te saludan relajados.
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Señoras, señores, les esperamos en la próxima edición de nuestro telediario.
Buenas noches.
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